Confesiones de un primer noviazgo

Es posible que si me conoces en persona, tú y yo tengamos un amigo en común que ya no está entre nosotros. Si es así te advierto que aún estás a tiempo de parar de leer si no quieres manchar su memoria y recordar solo las cosas buenas, porque lo que tengo que decir, eso que me revuelve las entrañas cada vez que lo recuerdo, tal vez no vaya a gustarte. 

Hace años, con dieciséis apox, yo sentía cierta simpatía especial hacia un chico de mi grupo de amigos. Era, lo que podríamos decir, mi mejor amigo en aquella época. Me encantaba pasar horas con él hablando (en persona o por chat), verle hacer tonterías y agazaparme a su lado para robarle en calor. Existía, por tanto, cierta confianza entre nosotros que no había con otros miembros del grupo. 
Pero la tragedia llegó. Me enteré por terceras personas de que yo le gustaba. Cada día, mis amigas y algún que otro amigo hablaban conmigo de lo micho que le gustaba a ese chico (al que llamaremos Arturo) y que tenía que salir con él. Yo no quería hacerlo, no le quería de esa manera, pero por supuesto mi opinión y sentimientos aquí importaban una mierda, porque Arturo era muy bueno y muy majo, super amable y amigo de todos (y sí, en efecto lo era) y por lo tanto no podía decirle que no. Pues así día tras día hasta que finalmente cedí y me "convencieron" de que tenía que ir a San Juan porque me iba a pedir salir. Dije que no una y otra vez, pero, como ya os he dicho, mi opinión contaba una mierda y yo en aquel entonces no tenía el carácter y la convicción de ahora, así que finalmente fui a la fiesta y me quedé apartada toda la velada aguardando el fatídico momento y llorando un poco por dentro porque en el fondo sabía que no quería hacer eso pero todo el mundo parecía convencidísimo de saber mejor que yo lo que realmente quería. Llegó tras una larga espera en la que para colmo yo tuve que completar la conversación porque no aguantaba más lo absurdo de la situación; La presión social dio sus frutos y no tuve el valor de decirle "no". Así tuve mi primer noviazgo; y horrible, debo añadir. 

Arturo quería hablar conmigo cada día, pero las conversaciones no eran como antes. Quería estar pegado a mí todo el tiempo, como una lapa, y sobarme cada vez que tenía ocasión (ahora es cuando os cuento que no me agrada que me toquen). De repente estar con él se volvió insoportable.
No dejaba de repetirme lo mucho que me quería y estaba empeñado en que yo se lo dijera a él, esperaba con ansia que de mis labios surgiera un "te quiero" que nunca llegó, porque lo único que quería decirle realmente era que se apartara y me dejara respirar; cosa que cuando conseguía decirle le sentaba fatal, pero él nunca pareció preocuparse cómo me sentía a mí tenerlo encima todo el tiempo y que me metiera mano incluso en público, a pesar de las muchas veces que le pedí que no lo hiciera.



Arturo quería quedar conmigo cada día, pero no para dar paseos y estar con los demás, no: quería quedar en su casa para "ver películas o series". Yo, inocente de mí, tenía la esperanza de que alguna vez la invitación fuera cierta, pero lo único que quería era tumbarme en la cama para desnudarme y manosearme. De nuevo, una vez más, a Arturo no le importaba una mierda como me sentía al respecto. Le daba igual que le dijera que no quería hacer nada, que no me quitara la ropa, que tenía frío, que me daba vergüenza o que me tapara constantemente con los brazos o lo que tuviera a mano. Él solucionaba ésto último de una forma muy sencilla: apartándome los brazos o destapándome otra vez, las veces que fueran necesarias hasta que finalmente me daba por vencida, y para lo primero usaba la táctica infalible del "¿es que no te gusto?" acompañado de una cara de pena que casi se le caía al suelo. No, no me gustaba, pero como iba a decírselo si cuando ponía esa cara hacía que me sintiera culpable por ello: con lo majo, listo y buena gente que era cómo no iba a gustarme; "Es que eres tonta", me decía a veces, "no ves lo mucho que te quiere". Podemos decir que durante mucho tiempo (seis meses que duró nuestra relación) me forcé a mí misma para intentar que Arturo me gustara, incluso haciendo cosas que no quería ni disfrutaba. Pero no aguanté más y empecé a poner todo tipo de escusas para no quedar con él. A veces ya ni me molestaba en ponerlas, me quedaba en mi casa y listo. 
No tardaron en llegar las oleadas de mensajes y charlas clandestinas del tipo "por qué le haces esto al pobre Arturo, ¿no ves que lo está pasando mal?" o "eres tonta, no sabes la suerte que tienes con Arturo". 
Me sentía como una mierda, y para colmo acababa de "superar" una depresión de varios años. Me pasaba los días angustiada, y las noches angustiada y  llorando.



Hasta que un día llegó Lancelot. Bueno, en realidad siempre estuvo ahí, no es que apareciera espontáneamente de la nada. 
Este chico, de repente, empezó a hablarme más de lo normal; nunca nos habíamos llevado bien, ya que yo lo tenía por un completo y absoluto subnormal (entre otras cosas, pero hay que abreviar), pero estaba preparando una partida de rol con un sistema nuevo y tenía que explicarme algunas cosas. A raíz de esto comenzó, aparentemente, a preocuparse por mí, porque no me veía bien con Arturo. Imaginad como estaba yo en aquel entonces para que esta fuera la única persona a la que le confesé que no estaba a gusto con él (no entré en detalles); A esta persona se lo dije, a la que tenía por idiota y que sorprendentemente fue la única en preocuparse por mí y no por su amigo. 
Ay, pero seguro que podéis imaginaros a qué se debió esta preocupación repentina, ¿no? Por algún motivo yo era del agrado de este chaval, y en cuanto se dio cuenta de que yo me distanciaba de Arturo corrió para ponerse la armadura, prestarme su pañuelo y envolverme en su capa. Lo peor es que yo caí de lleno en la trampa. 

No me atrevía a decirle a Arturo que quería romper, que lo nuestro no tenía ni pies ni cabeza y de que estaba harta de su actitud, pero, jo, que bien me trataba Lancelot: se preocupaba por mí, me llevaba a sitios y no me metía mano. Pero claro, a Lancelot no le molaba la idea de que el mundo no supiera que la chica tan guapa que llevaba a lado era suya, entonces, finalmente, me convenció de que tenía que dejarlo, que no podía ser que él quedase de mal amigo por robarle la novia a un colega, y claro, yo no podía hacerle eso, él no podía quedar de malo porque en el fondo era muy buena gente y me trataba bien, y aquí la única que había hecho las cosas mal era yo, entonces conseguí reunir el valor para citarme con Arturo y rompí con él sin dar demasiadas explicaciones. No sabía que decir, no tenía palabras, no quería hacerle daño a ese chico tan bueno que a pesar de todo se había pasado mi consentimiento por el forro de los huevos, así que simplemente le dije que lo nuestro no funcionaba y cuando se marchó me fui al super a por unos donuts y me comí la bandeja entera bajo la lluvia. Me sentía como una traidora miserable, sobretodo porque en el fondo me sentía extrañamente aliviada y eso no podía ser: acababa de romper con mi novio, eso tendría que ser un drama, o eso me habían enseñado. 
Ay... pero el drama comenzó en cuanto llegué a casa: mensages de móvil y por el chat, "¿¡cómo se te ocurre dejar a Arturo?! El pobre está destrozado, ¡incluso ha llorado!", me decían. Yo también había llorado, muchas veces durante nuestra relación, pero por supuesto a nadie le importaba, al fin y al cabo no solo era una chica y era normal que llorase, sino que tengo una facilidad innata para hacerlo, así que el hecho de que yo llore carece de importancia, pero que lo haga él es todo un hito y una señal irrefutable de que estaba fatal y yo era poco menos que una arpía. ¡Así que podéis imaginar que las reacciones no fueron muy buenas cuando se enteraron de que había empezado a salir con su amigo Lancelot; al que por suerte algunos ya no tenían en muy alta estima y la avalancha de mierda fue un poco más equilibrada. 
Las cosas tardaron un poco en asentarse, a que todos me volvieran a hablar y mirar igual, especialmente por parte de Arturo, con quien me esforcé por mantener una buena amistad en todo momento. 

Mi historia con Lancelot, aunque empezó mejor terminó peor, y aunque tuve momentos "buenos", no compensaron, ni en broma, todo lo demás (fue bastante más traumático). Pero sobre esa historia ya le he hablado a unas pocas personas muy cercanas (mucho tiempo después); Fue mucho más fácil; Al fin y al cabo Lancelot era el malo de la historia, era el chaval que se había ganado la enemistad de algunos por su falta de honestidad y el que nunca nos había llegado a caer bien del todo porque era un fantasma (entre otras cosas). Pero la parte de Arturo nunca se la había contado a nadie y ya empezaba a quemarme viva. ¿Cómo iba a decir nada malo de él? ¿Cómo voy a quejarme? Era un santo, y ahora que está muerto, no tiene sentido soltar todo esto para manchar su memoria, ¿no? 
Pues lo siento, pero me da igual: necesitaba contarlo; No sabía a quién, no quería importunar a nadie contándole cosas del pasado, cosas desagradables (aunque a algunas personas les parecerán tonterías) sobre un amigo tan querido por todos como lo fue Arturo, así que decidí escribirlo aquí y contárselo a quien estuviera dispuesto a leerlo. 

Sé que no me comporté de la mejor manera posible, pero me niego a seguir sintiéndome culpable porque no me haya gustado alguien, por muy bueno o amable que fuera con los demás: no le debo nada a nadie. Ni yo ni ninguna otra chica.
Chicos, por favor: no os comportéis como Arturo (ni como Lancelot); no ignoréis la falta de consentimiento, no metáis mano a vuestra pareja, ni en publico ni en privado, no sin antes saber si quiere o no; Respetadla, por favor, es una persona, no un juguete: no violéis.
Chicas: si os sentís forzadas a hacer algo sacad el valor de donde sea para decir no (recordad que no debéis nada a nadie), y si aún así no lo entiende,  ni con palabras ni con gestos, entonces estáis en vuestro derecho de partirle las piernas.
Amigos: no hagáis presión de grupo, no os metáis donde no os llaman o donde no os incumbe, no escuchéis solo una parte de la historia, no os preocupéis solo por uno; Nadie es un santo al cien por cien.   

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